• ACERCA DEL FILM




    Apartado I) ACERCA  DEL FILM: El origen de “Horses”

    Realizar un documental acerca del maltrato que sufren en la Argentina los caballos de tiro usados para cartonear, era una asignatura pendiente hace años.

    El primer recuerdo que tengo sobre un caballo cartonero maltratado, me remite a la edad de 7 años mientras esperaba con mi abuela la llegada del colectivo, en el barrio de Solano, partido de Quilmes, Buenos Aires. 

    El animal caminaba lento, apenas podía hacerlo, la piel de la panza le sangraba por los latigazos que el carrero, un muchacho de unos 16 años, le venía dando. Recuerdo que mi abuela le dijo que si le seguía pegando lo iba a denunciar a la policía y él  con una actitud de completa indiferencia le respondió que hiciera lo que quisiera, que le “chupaba un huevo”.

    El segundo recuerdo nítido que tengo es del barrio de Sarandí, Avellaneda. Los cascos galopantes de un caballo yendo al máximo de velocidad y los latigazos incesantes, no se detenían. Uno tras otro. El carrero le pegaba con una cruel inercia. Nuevamente sentí esa indiferencia o naturalización del dolor, esos caballos maltratados parecían no existir como seres vivos, simplemente eran lo que movilizaba sus carros, y nada más. 

    En aquel segundo episodio, recuerdo que me pregunté ¿adónde estará llegando tarde?  ¿Sabría que aquel animal era un ser y no un automóvil? En mi interior tuve la impresión de que no había un destino fijo al cual llegar.

    Es hasta el día de hoy que recorro las calles de ambos barrios, Sarandí  y Solano, y observo con atención si pasa por allí algún caballo, como si esperara volver a ver esos mismos caballos pasar.

    Con el correr de los años seguí viendo caballos maltratados. Los caballos blancos desnutridos eran los que más me llamaban la atención y en Sarandí eran mayoría. La blancura de su piel no permitía disfrazar las mataduras, los golpes y el raquitismo.  La imagen del continuo cielo gris, con aquellos caballitos corriendo maratones, en el horizonte, a lo extenso de la Avenida Mitre, parecía el retrato del propio apocalipsis.

    No fue sino hasta el año 2001, volviendo del colegio secundario, un mediodía, cuando fui testigo de un tercer episodio que no olvidaré jamás. A través de la ventana del colectivo presencié como un carrero mataba a palazos a un diminuto pony color castaño claro, en la intersección de Avenida Calchaquí y 12 de octubre, en la ciudad de Quilmes. Aterrorizada, quise bajarme del colectivo, pedí ayuda entre los pasajeros y los que no miraban para otro lado, me clavaban ojos inquisidores como diciendo “Qué te pasa, ¿estás loca? ¿Por un caballito te vas a bajar del colectivo?” Me ganaron el terror y la angustia. Sentí una inmensa impotencia. No podía entender cómo aquel pony que no podía tirar más del carro a pesar de su voluntad inquebrantable y de los palazos inentendibles, era objeto de tremenda brutalidad. Éste episodio fue distinto a los anteriores. Eran dos los carreros y el caballito apenas alcanzaba el peso de uno. Mientras el carrero más flaco se quedaba parado a un costado mirando inmutable la situación, el otro no paraba de pegarle con el palo si se cansaba de latigarlo. Un odio indescriptible lo invadía. Yo no podía entender cómo aquel carrero no sentía un mínimo de empatía por ese ser indefenso  que lo había dejado todo para servirle. Este hombre se había transformado ante mis ojos en una bestia, no se conformaba con ver al caballito allí tirado, rendido, diminuto y a su total merced.

    Ese semáforo en rojo fue eterno. Me preguntaba si finalmente el pony habría muerto.
    Una década después conocí en profundidad las historias del maltrato que sufren los caballos de tiro, supe que muchas veces quedan dos días enteros o más, moribundos, arrojados en un baldío y que solo algunos de ellos son rescatados en ese estado de agonía. De ellos, los menos, logran vivir semanas, a veces meses, a veces años, una vida de libertad alejada del carro.

    “Tengo que hacer algo”, dije, “pero, ¿qué puedo hacer desde mi lugar?”, pensé. Entonces surgió  la idea de hacer un  documental.

    Cámara en mano y un largo viaje.

    Arranqué a mediados del 2010 y originalmente iba a ser un institucional sobre una protectora de caballos surgida en ese año. Entre idas y vueltas, cancelaciones y otras cosas, en noviembre de 2010 logro visitar la estancia de ACMA en Guernica y entrevistar a Stella Maris Berón, miembro de la asociación por aquel entonces.  Dos días después, Stella renunció y comencé a cuestionarme si debido a la real magnitud y complejidad de la problemática no era más acertado hacer un largometraje que abarcara el panorama de la situación en todo el país.

    Sin ningún tipo de financiación, contando solo con una cámara y una isla de edición arranqué este “viaje” solitario. Sabía  de ante mano que tenía todas las de perder. Por un lado, la tendencia del cine y los cineastas nacionales es la de hacer y premiar documentales con una mirada poética pero vacía de la pobreza. Por el otro, los medios de comunicación y la industria cinematográfica están muy politizados, sabía que el tema de los caballos de los cartoneros entraba en aquella bolsa de gatos de los tabúes políticos nacionales. 

    No tardé en comprobar las palabras de Lila Paulides, la primera rescatista equina del país, cuando me dijo que “La lucha contra el maltrato de los caballos es una lucha silenciosa”, porque aborda un problema de origen político y muestra la Argentina que no queremos ver.


    Apartado II)
    DE ESO NO SE HABLA: “Horses”,  una mirada que incomoda

    Mi principal objetivo con “Horses” además de dar a conocer una  problemática ignorada y que empeora con el correr de los años, es ubicar el maltrato que sufren los caballos cartoneros en su contexto político y social.

    Mientras sigamos atrapados en el fragmento fotográfico de la anécdota noticiosa o el rescate, seguiremos en el mismo lugar o un paso atrás. Allí donde hay una descontextualización elaborada existe una razón oculta. Los caballos caen muertos  en las calles, pariendo,  y con suerte una vez al año algún canal de televisión se hace eco con una nota que descontextualiza el hecho, y oculta sus causas más profundas. Hace poco ocurrió con una yegua preñada que se desplomó en Quilmes, fue el 7 de marzo. Los carreros casi la matan a palazos de no ser por la intervención de los vecinos y una proteccionista de la zona que se acercó al lugar. Uno de los carreros logró fugarse en otro carro y la yegua fue eutanasiada horas más tarde. Los medios que “cubrieron” el caso mostraron unas imágenes de la yegua en el piso comiendo zanahorias y un titular que decía “yegua se desploma por golpe de calor”.  En ningún momento se habló de las circunstancias reales de lo sucedido,  nunca se dijo que no fue el verano lo que mató a esa yegua, nunca se dijo que lo que la aniquiló fue  la golpiza propia de unos psicópatas y un Estado ausente. 

    Usualmente los medios no se hacen presentes en situaciones de maltrato equino, otras veces lo hacen pero luego no pasan la nota al aire porque en el canal, los  “de arriba” dicen que no. Se prohíbe hablar del tema en televisión… ¿Por qué será…?


    Apartado III) Cortes varios y el porqué de “Horses”

    Los que crecimos en la ciudad y no nos criamos junto a caballos, tenemos por lo general una imagen equívoca de lo que verdaderamente es un caballo. Los caballos nacieron para estar en libertad y entre sus pares. No está en su naturaleza el vivir aislados y tirando de un carro todos los días. Es importante tener en claro su naturaleza gregaria y sus necesidades vitales para comprender que lo que vemos a diario no es lo normal ni lo natural  para ellos.

    Cuesta creer que un entramado tan complejo y corrupto desfigure la identidad de un ser tan sencillo y noble. Pero recién cuando comencé a rodar me hice por primera vez la pregunta básica que todos debiéramos hacernos: ¿de dónde salen estos caballos que hoy vemos en las calles? ¿Cómo no puede hacernos algo de ruido que una persona indigente posea un animal que es costoso de comprar y mantener? ¿Alguien repara además que cada dos o tres meses cambian de caballo? Una pregunta comenzó a llevar a la otra, sin parar. ¿Será que son robados? ¿Será que existen centros ilegales de alquiler de caballos esclavizados para esta tarea informal? ¿Será acaso que el gobierno de turno es cómplice de todo esto? ¿Será más fácil retroalimentar la pobreza que erradicarla? Hablando con las personas nuevos interrogantes surgían, trataba de entender.

    ¿A qué le temen aquellos que acusan y tildan a uno de gorila cuando quiere denunciar el maltrato de un caballo o poner en mesa de debate la tracción a sangre animal? ¿Será que el caballo maltratado es el último eslabón de una cadena de delitos y de justificaciones fáciles? 

    También suelo preguntarme si de no haber estado ese día en ese colectivo viendo aquel caballito hubiese hecho este documental. Creo que aquella brutalidad que me tocó presenciar me sacudió el alma, me hizo tomar una dimensión más real del tema. A veces una fotografía terrible y un testimonio pueden quedar en un segundo plano si uno no está tan familiarizado o sensibilizado con el maltrato animal.

    El titulo en inglés, “Horses”, alude a una tradición mundialmente extendida de esclavizar al caballo, que excede al maltrato de los caballos de tiro y que aplica a infinidad de disciplinas que merecerían documentales propios. Las jineteadas, las carreras, el polo,  los mataderos. Aunque incluí en el documental un capítulo dedicado a las jineteadas (“Just for fun: Un potro llamado Bragado”), y otro a los mataderos (“El tacho”), esta primera entrega de Horses está focalizada en los caballos de tiro. Más adelante, no en lo inmediato, desearía realizar otros rodajes que aborden las otras formas de esclavitud equina.

    El titulo en inglés también fue una elección que alude al colonialismo cultural en que vivimos inmersos los argentinos.

    El corte original dura 6 horas y tiene 29 capítulos. Luego están los dos siguientes cortes de tres y de dos horas, adaptados para una duración más convencional admitida en los festivales de cine.
    En una sociedad donde cada vez se alimenta más el tragar sin masticar, y el optar por discursos construidos en lugar del pensamiento propio, muy probablemente un corte de seis horas suene a un suicidio para muchos. Por favor, si tienen la oportunidad de verlo véanlo, ya que los cortes dejan indefectiblemente algunos subtemas afuera.

    Jamás vamos a ser un pueblo civilizado con carretas modelo 1810 circulando tiradas por caballos moribundos. Tampoco podemos considerarnos el primer mundo con el 40% de la población teniendo que meter las manos en una bolsa de basura para poder vivir.
    Sinceramente, no creo que los zootropos sean la solución a éste tema tan complejo, pero por algún lado tenemos que empezar.

    Juliana Rodríguez 03-05-2012